Nunca puede haber un hombre tan perdido como alguien que se pierde en los vastos e intrincados corredores de su propia mente solitaria, donde nadie le puede alcanzar y nadie le puede salvar.

yo soy el congregador (parte 5/12)

Cuando pongas un pie en lo sagrado, camina despacio.
Mejor acercarse a escuchar que llegar a exhibir ofrendas huecas: la necedad se disfraza de ritual y ni nota que hace daño.

No te precipites al hablar; no dejes que el corazón suelte lo primero que arde.
Dios está en el cielo y tú en la tierra: regla sencilla, pocas palabras.
Los sueños turbios nacen de demasiadas preocupaciones; la verborrea del necio, de demasiadas palabras.
Si prometes, cumple. Más vale no jurar que jurar en vano.
No te escondas tras el “fue un error” cuando toque responder; las palabras levantan o derrumban obras, y hay consecuencias.
Mucha inquietud trae sueños; mucha charla, ilusiones vacías. Mejor, reverencia.

Si ves abusos contra el pobre, justicia torcida, derechos vulnerados, no te sorprendas del laberinto: sobre cada cargo hay otro, y otro más arriba.
Al final, todos comen del fruto de la tierra; hasta el rey depende del campo.

Quien ama el dinero nunca dice “basta”; quien idolatra la riqueza jamás se sacia de ingresos. Vapor, otra vez.
Cuando crecen los bienes, crece el número de bocas que los consumen. ¿Qué gana el dueño salvo mirar cómo pasan ante sus ojos?
Dulce es el sueño del trabajador —coma poco o mucho—; al rico, la abundancia le roba el sueño.

He visto un mal severo: riquezas guardadas para perdición de su dueño.
Un mal negocio las barre, y cuando llegan los hijos, encuentra las manos vacías.
Desnudo sale uno del vientre, desnudo se marcha: nada se lleva del esfuerzo con que se afanó.
Y otro mal: vivir comiendo en oscuridad, con mucha frustración, enfermedad y rabia. Correr tras el viento, siempre.

Esto es lo que encuentro bueno y oportuno: comer, beber y disfrutar del trabajo en que uno se empeña bajo el sol durante los pocos días que la Vida —Dios— concede. Esa es la porción.
Y cuando Dios da riquezas y, además, la capacidad de disfrutarlas, acepta la porción y gózala: también es don.
Así, los días pasan ligeros, porque Dios mantiene ocupada la mente en la alegría del corazón y no en contar sombras.

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