Me dije: voy a someter el placer a experimento —a ver qué queda en las manos cuando se apagan las luces—. Resultado: vapor.
La risa sin raíz es ruido; el placer por el placer, ¿para qué sirve?
Probé vinos y noches largas sin soltar el timón de la conciencia; me permití algunas locuras controladas. Quise averiguar qué es “lo mejor” que puede hacer un ser humano en sus pocos días bajo este cielo.
Levanté casas, reformé áticos, planté viñas. Diseñé jardines y parques, llené de frutales los caminos. Cavé estanques y trazé riegos para un bosque en crecimiento.
Contraté equipos y más equipos; hubo plantillas que nacieron de mis propias casas. Acumulé patrimonio: tierras, activos, rebaños y flotas; más que cualquiera antes que yo en mi ciudad.
Apreté la cartera: plata y oro, títulos y reservas; tesoros de reyes y provincias. Llené la vida de música —coros y orquestas— y de amores: historias muchas, tantas como promete la publicidad del deseo.
Llegué a ser grande, por encima de los de antes; y mi lucidez siguió conmigo.
No me negué capricho alguno. No le cerré la puerta a ningún gusto que mi corazón pidiera. Mi alegría por lo hecho fue la paga de mi esfuerzo.
Pero cuando respiré hondo y miré lo que mis manos habían creado, todo el sudor y todos mis logros, vi lo mismo de siempre: vapor; perseguir el viento.
Bajo el sol no había nada que pesara de veras.
Entonces fijé la atención en la sabiduría, la locura y la necedad. (¿Qué puede inventar quien venga después del rey sino repetirse?)
Y vi que la sabiduría aventaja a la necedad como la luz a la oscuridad.
El sabio camina con los ojos abiertos; el necio tantea a oscuras. Pero ambos llegamos al mismo final.
Y pensé: “Lo que le ocurre al necio me ocurrirá también. ¿Qué gano con ser demasiado sabio?”. Volví a decirme: también eso es vapor.
Porque ni sabios ni necios serán recordados para siempre; la memoria de mañana olvida los nombres de hoy. ¿Y cómo muere el sabio? Igual que el necio.
Así terminé aborreciendo la vida: me pareció que lo que se hace bajo el sol aprieta el pecho; todo es vapor, carrera detrás del viento.
También aborrecí todo por lo que había trabajado, porque tendré que dejárselo al que venga detrás.
¿Y quién sabe si será sensato o insensato? Sea como sea, él dispondrá de todo lo que gané con esfuerzo y juicio. Eso también es vapor.
Entonces mi corazón se nubló: tanto trabajo, tanta tensión bajo el sol…
Porque alguien puede trabajar con sabiduría, ciencia y destreza, y al final entregar su herencia a quien no movió un dedo para merecerla. Vanidad amarga y gran desdicha.
¿Qué obtiene en realidad el ser humano de tanta prisa y de esa ambición que lo espolea a seguir y seguir?
Sus días están mezclados con dolor y contrariedad; y de noche el corazón no descansa. Eso también es vapor.
He llegado a una conclusión sobria: no hay nada mejor que comer, beber y disfrutar del trabajo. Tomar el pan, compartir la copa, encontrar alegría en la obra de las propias manos: esto también viene como don —llámalo Dios, Gracia, Vida que sostiene—.
¿Quién podría saborear de veras sin esa mano que permite saborear?
Al que vive de cara a lo real —y agrada a Dios— se le concede sabiduría, conocimiento y alegría.
Al que vive de espaldas —el que amontona por amontonar— se le asigna la tarea de juntar y juntar… para que al final pase a manos de quien sí sabe alegrarse rectamente. También eso es vapor, una vuelta más del viento que no atrapamos.
Deja una respuesta