Nunca puede haber un hombre tan perdido como alguien que se pierde en los vastos e intrincados corredores de su propia mente solitaria, donde nadie le puede alcanzar y nadie le puede salvar.

Yo soy el congregador (parte 1/12)

Aquí hablan las palabras del que convoca —heredero de poderosos, con voz de ciudad antigua—, pero dicho hoy, con la calma de quien ha visto demasiados amaneceres.

Vapor del vapor, dice el que convoca: puro vapor. Todo se nos escapa entre los dedos.

¿Qué gana una persona con todo su esfuerzo, con su agenda llena, sus KPIs al día y sus noches cortas?
Una generación cierra sesión y otra inicia sesión, y la Tierra —indiferente— sigue girando.

El sol amanece y anochece; cumple su ciclo, sin prisa por nuestra ansiedad.
El viento baja y sube, gira y regresa; como las modas, como los “trending”, dando vueltas sin fin.
Todos los ríos desembocan en el mar, y el mar no se colma; las aguas vuelven a nacer y corren otra vez. Así también nuestros mensajes, nuestros datos y promesas: fluyen, y el mundo no se sacia.

Todo cansa más de lo que sabemos decir.
El ojo no se llena por mirar, el oído no se sacia por oír: hay scroll infinito para hambres infinitas.

Lo que fue es lo que será; lo que se hizo, se hará.
¿Algo de lo que podamos exclamar “¡mira, esto sí es nuevo!”?
Lo “disruptivo” suele ser memoria con otro envoltorio; ya estuvo aquí, antes de nuestro tiempo.
Y la memoria es breve: no recordamos bien a los de ayer, ni nos recordarán mañana los que aún no han nacido; también a ellos los borrará el olvido de otros nuevos.

Yo, el que convoca, me apliqué con toda intención a estudiar, a investigar con juicio todo lo que ocurre bajo este cielo —llámalo Dios, azar o sistema—, esa tarea inquieta que nos mantiene ocupados.
Miré cuanto se hace “bajo el sol” y vi esto: todo es vapor; es correr tras el viento.

Hay curvas que no se enderezan con dos clics; faltan piezas que no aparecen en ningún inventario.
Y pensé: “Acumulé saber, más que muchos antes que yo; apilé lecturas, datos y teorías”.
Probé a entender la sabiduría, y también la locura y la necedad, y descubrí lo mismo: es perseguir viento.

Porque a más lucidez, más grietas; a más conocimiento, más peso en el corazón.
La verdad alumbra, sí, pero también revela el polvo en suspensión. Y aun así —o por eso mismo— vale la pena mirar de frente.

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