No soy yo, soy lo que represento

¿Te has fijado que cada vez más gente confunde lo que defiende o por lo que lucha consigo mismo? Es decir, imagina a ese político que defiende, por ejemplo, el feminismo y que cuando se ataca a su persona piensa (o nos quiere hacer pensar) que se está atacando al feminismo, cuando en realidad se ataca a su persona en si misma. No recuerdo si esto pasaba en política en los años 80 y 90, pero desde luego hoy en día pasa y cada vez más. ¿Es que acaso el fin hace a la persona? Indudablemente que no. Sólo tienes que ver la horda de indigentes mentales que enarbolan banderas -supuestamente- honorables.

¿Cómo se puede justificar esta extensión de la propia persona a su ideal? La intuición me dice que no es más que un mecanismo de defensa (premeditado o no). Si se critica algo que has hecho o que has promovido, es mucho más cómodo defenderse acusando a la parte criticadora de atacar a tu ideal, aunque en realidad se te está criticando a ti; ¿Qué mejor forma de desviar la atención de tu incompetencia? Además pienso que muchos de los que incurren en esta técnica defensiva lo hacen de forma inconsciente, como mecanismo psicológico protector. Es como cuando un padre le pide explicaciones a su hijo por las malas notas: «es que el profesor me tiene manía». Por supuesto, la culpa no es del niño por no haber estudiado, la culpa es de un ataque a su persona. Siempre es más fácil echar la culpa a aquellas cosas que no controlamos, ¿verdad?

Esto lleva a otra pregunta bastante interesante: si la persona y el fin son cosas diferentes, ¿puede un fin bueno convertirse en algo malvado debido a las personas que lo ejecutan? Mi respuesta es que si. En el mejor de los casos uno puede ser un inútil y proponer cosas monstruosas aunque el fin buscado fuese bueno en origen. O incluso uno puede ser un auténtico hijo de puta pero defender un ideal honesto hasta convertirlo en algo injusto y sesgado. Por tanto, una vez tengamos los ideales claros, hay que fijarse en las personas que lo ejecutan.